miércoles, 9 de mayo de 2012

Que junto a tu boca, sonría tu alma.

No se trata de envejecer o rejuvenecer. Se trata de vivir, de firmar en el libro de visitas de la vida. Verte con 80 años, echar la vista atrás y sentir que has vivido verdaderamente. Que con 16 hiciste la mayor locura de tu adolescencia, con 17 quisiste y con 19 odiaste. Con 21 viviste. Y todo lo que queda. Sonreír, se trata de sonreírle a la vida, con lo que venga, coger de la mano y sentirte viva, tirarte de cabeza para besar unos labios que susurran tu nombre. Que se te haga polvo la garganta en el concierto de tu vida, que te duelan los pies de tanto bailar, la tripa de tanto reír, los ojos de tanto mirar. Ver, se trata de ver; no perderte ni un momento de tu vida, fotografías mentales que te acompañen en los interminables viajes que nos separan a los unos de los otros. Supongo que de alguna manera necesitamos encontrar un hogar, algo a lo que ponerle nuestro nombre, nuestro espacio, nuestra esencia. No olvidar, sobre todo no olvidar, aunque duela de una manera inconcebible. No olvidar lo que fuiste y los que fueron a tu alrededor. Ser aprendiz de momentos, aprender a MORIR O MATAR. Decidir. 


Rebuscar en los bolsillos de los pantalones viejos y encontrar la noche y el día quitándose la ropa; caricaturas de momentos tatuados con tinta a color, porque las mejores sensaciones se sienten en amarillo, verde, rojo y morado. Tener en cuenta las victorias y los fracasos, la imperceptibilidad de algunas miradas, la inaprensibilidad de muchas palabras, la invisibilidad de ciertas caricias. Los eternos besos, los inmortales abrazos, las infinitas ganas de amanecer entre sábanas decoradas con gemidos y arañazos. La perfección del sexo. La insuperable imagen de dos cuerpos entrelazados. La sensación de vivir y morir a la vez; de subir al cielo, de caer entre brazos ajenos que dibujen los lunares de tu cuerpo, de cerrar los ojos... y sentirte viva. Desprender amor. En realidad, echar la vista atrás y sentir que, además de tu cuerpo, ha sido tu alma quien ha creído renacer una y otra vez en cientos de ocasiones.


martes, 1 de mayo de 2012

Cada día me siento más cerca de ti.

La nostalgia puede llegar a ser bella de la tristeza que abarca, es como un perro que te pide que le saques de paseo, es como un cigarro que se queda en standby de por vida. Pero entonces abro la puerta, y ahí estás tú. La dictadura de la primavera en tu piel, el calor de mi invierno, las mariposas del otoño y el verano de nuestra vida. Cada día me siento más cerca de ti. Escribes en un post-it que "el día que duermo contigo no hay estrellas en el cielo porque están todas en nuestra cama", yo creo que la noche es más bonita cuando pasamos de inviernos sin calefacción a piernas entrelazadas que mueren por hacerse cosquillas. Me incorporo y te digo aquello que llevaba un tiempo queriéndote decir, esas cosas sencillas que cualquiera diría en 40 segundos, y yo necesito 3 minutos. 

Te das la vuelta, sonríes mientras cierras poco a poco los ojos y me dices: "Ojalá este momento no terminara nunca, se convirtiera en un bucle sin final, en una espiral que desprende amor, en una pregunta en el estómago de la que únicamente sólo sabes tú la respuesta. Estos últimos 3 minutos se han convertido en el mejor momento de mi vida."

La cama parece más bonita, las sábanas más suaves y la luz que entra por la ventana tiene cada vez más vida. Duermes mientras sonríes y yo te hago una foto para no olvidar jamás este momento, me acerco despacio, me tumbo a tu lado y antes de susurrarte que tequiero te lanzas a mi boca como si fuera el último segundo de nuestras vidas. La luz que entraba por la ventana nos cubre, la cama tiembla y las sábanas, como de costumbre, terminan por el suelo.